Los
motivos para solicitar asistencia sanitaria en el paciente pediátrico son innumerables.
A través de cinco supuestos, vamos a sintetizar diferentes situaciones y cómo preparase
para ello.
1. Olga de 4 meses despierta a sus padres
con llanto inconsolable. “Pueden ser gases”. “Tiene fiebre y parece que le duele
el oído.” ¿Le damos algo? ¿Llamamos por teléfono? ¿Buceamos por Internet? ¿Acudimos
a Urgencias? ¿Pedimos una cita normal…?
2. Esteban, de 11 años, estreñido desde siempre,
y a veces le duele la tripa.
3. Vanesa, 3 años, ya le toca otra vacuna,
y, de paso, preguntar acerca de los pies, porque la ven andar raro…
4. Fede, 5 años, fue visto por una faringitis.
Al volver a casa, el cuidador no recuerda la pauta de antitérmicos para la fiebre.
5. Tobías necesita un justificante para el
profe de gimnasia, porque convalece de un esguince de tobillo.
La bebé Olga reúne
el caso que produce más diversidad en la respuesta. Se trata de una enfermedad aguda.
Por suerte, no puede considerarse una Emergencia, pues su vida no corre peligro,
como sería el caso de un accidente grave, una pérdida de conciencia, un episodio
de ahogo, una hemorragia… en tales casos se avisa al Dispositivo de Emergencias
Sanitarias o se acude al centro sanitario más próximo.
Tipos de Consulta
La
mayoría de las consultas suelen ser Clínicas
a Demanda. Pedimos cita y queremos que nos atiendan, cuanto antes, si es por
un problema agudo.
Sin embargo, en los casos 2 y 3 se puede programar la visita
con antelación, pues se busca el seguimiento de un problema de salud conocido que
admite cierta demora. Hablamos de Consultas
Clínicas Programadas. Ello no quiere decir que se trate de un problema leve
(Esteban podría padecer algo más que su estreñimiento habitual), pero no presenta
carácter urgente.
Cuando
se pretende obtener solamente un documento (una receta, un justificante, un certificado)
hablamos de Consulta Administrativa. Suelen
ser más rápidas de realizar y, cuando el profesional conoce ya el caso, podrá emitirlo
(Luisito -caso 5- se libra de unos días de gimnasia.)
El teléfono puede servir para
tranquilizar y resolver dudas puntuales, aparte de dar citas. Pero no debería constituir
la base de un acto médico, salvo en casos conocidos, leves, o para aclarar un detalle
puntual. Porque el médico tiene que explorar con los cinco sentidos, incluyendo
el olfato. (En el caso de Fede estaría justificada una llamada aclaratoria: “siga
esta pauta”). El ojo clínico no debe faltar, si bien a través de móviles y ordenadores
se pueden ver imágenes tomadas a distancia (Telemedicina). Un mensaje ilustrado
podría aclarar ciertos casos.
(Sus padres no saben que Olga padece una
otitis, pero podrían comenzar con un analgésico antipirético (paracetamol), observar
el resultado y, esa misma mañana, demandar asistencia. Probablemente ceda la fiebre
y el dolor, lo que permitirá organizarse para la consulta solicitada. Pero son primerizos,
y además es sábado. Así que van a dirigirse al Servicio de Urgencias que les corresponde,
hecho que si se tratase de un bebé menor de tres meses estaría mucho más justificado,
ya que el riesgo de complicaciones es alto en los recién nacidos con fiebre).
No
es aconsejable bucear por Internet cargados de ansiedad. El estrés no deja asimilar
lo que se lee (siempre se pone uno en lo peor). Y no todo el mundo posee los conocimientos
suficientes para digerir la información. Además de asustarse, pueden transmitir
esa ansiedad al personal sanitario y, en algún caso, generar actuaciones desproporcionadas
(demasiadas pruebas, por si acaso). No es buena consejera la Red sin la guía correcta.
Otra cosa es consultar las notas de su médico o algún manual de Puericultura básica. Lo suyo es consultar al pediatra.
Un
Pediatra es un médico que, tras seis
años de carrera de Medicina, aprobó el MIR y estuvo otros cuatro años adquiriendo
experiencia en todos los campos donde el niño puede enfermar. Del recién nacido
al adolescente, de los pies a la cabeza, de la epidermis a la médula ósea. Las incesantes
horas de Atención Continuada (Guardias)
aportarán un plus de experiencia al Médico Interno Residente, el cual, tras diez
u once años de estudios y prácticas obtendrá el título de especialista en “Pediatría y sus Áreas Específicas”: una
suerte de director de orquesta, interpretando esa sinfonía de órganos y sistemas
en crecimiento, pues al pediatra compete la salud del ser humano desde su etapa
embrionaria hasta que culmina su desarrollo (hacia los 20 años), aunque
oficialmente se haya fijado a los 14 años en España. En esa orquesta, el director
no tiene porqué ser el mejor instrumentista. Posiblemente el violinista le dará
cien vueltas en su especialidad musical; y el de los timbales sabrá golpear el cuero
mejor que nadie… pero el pediatra es el coordinador de la promoción, prevención
y devolución de la salud infantil y juvenil, porque posee una amplia visión de conjunto.
No obstante, en no pocas ocasiones se hará necesaria la Derivación hacia otro
especialista o servicio (ORL, Alergia, Ortopedia…).
Como el Médico de Familia en el adulto, el Pediatra
es el que mejor puede conocer la historia de salud de su paciente.
El
Médico de Familia también está facultado
para atender niños. En algunos centros, los pacientes mayores de siete años se adscriben
a uno u otro profesional, máxime cuando acucia la falta de pediatras. Indudablemente,
si el Médico de Familia acostumbra a ver pacientes pediátricos y se mantiene actualizado
resolverá una buena parte de los casos sin necesidad de derivarlos a un servicio
pediátrico.
La
Enfermera posee un gran papel en la atención
pediátrica. No solo para administrar vacunas, realizar pruebas complementarias,
o curas, sino en la promoción de la salud, por su proximidad a la Historia
Familiar, ya que trata con sus padres y cuidadores.
No
conviene liarse recabando opiniones profanas por muy bien intencionadas que nos
parezcan. Si tres personas aconsejan una determinada actuación, habría que revisar
qué facultades poseen estas para influenciarnos. La abuela, la vecina y un amigo
pueden opinar, y a veces aciertan, pero “las opiniones hay que ponderarlas, no contabilizarlas.”
Decidida
la necesidad de asistencia pediátrica, habrá que solicitar la cita, avisar que se
va a ir. Explicar al niño mayorcito a dónde va; que es por su bien; que su médico
lo va a curar y poner bueno. En ningún caso debe sentir la visita como un castigo.
La exploración se dificulta ante el niño asustado y llorón. (“¡Ves, ahora te tendrán
que pinchar!” Los pediatras, aunque no seamos encantadores personajes de Disney,
tampoco representamos al brazo castigador de la familia por haber andado descalzo
o no haberse comido todo el plato.) Llevarle algún juguete. Procurar ser puntuales
(prever las incidencias de tráfico y aparcamiento). Tener anotada la evolución del
cuadro. Acordarse de los medicamentos que toma (o llevar las recetas, envases o
prospectos), así como sus alergias y medicamentos contraindicados.